Actualizado a 09.02.2024
“El mundo al que estamos sometidos, la Realidad, está hecha ante todo de Tiempo contado, medido: el de los relojes, el de los calendarios, y sobre todo un Tiempo que incluye dentro de sí el Futuro, es decir, la convicción y la Fe de que lo que va a pasar ya ha pasado, que no hay que hacer más que lo que ya está hecho. Sobre eso es en lo que el Régimen se sostiene. Y, naturalmente, atacar esa convicción, esa Fe, atacar al Tiempo real, al que se nos vende y se nos impone como real, es la única gracia y fuerza que podía tener este juego con el tiempo al que hoy -malamente- se llama ‘teatro’.
Y ‘juego con el tiempo' quiere decir propiamente 'juego entre dos tiempos', 'contra dos tiempos': el tiempo del argumento que se representa, en el que suceden las cosas que suceden en realidad, es decir, dentro del mundo real: el tiempo donde pasan los avatares de Fulano y de Mengana, y donde van cambiando los lugares y los escenarios (los sitios reales), contra el tiempo no real, que es este que pasa ahora, lo que está pasando ahora mismo y que no hay quien lo coja: el tiempo de la representación misma.
Pues bien, lo que quiero haceros costar es que esto de que en el juego intervenga el tiempo de hablar, de actuar (el tiempo no real que está ahora mismo pasando), que en el juego intervenga este tiempo junto con el otro y en contra del otro, es lo solo que de verdad puede distinguir -podía distinguir- lo que se llama teatro de cualesquiera otras formas de producción, donde este tiempo no entra en el juego.”
Es en la poesía y el teatro, en donde justamente por medio del artilugio del ritmo, por una especie de exageración de la presencia de los números, de la esactitud en el trascurso, se procura producir no precisamente una 'conciencia' (término impropio para un recurso tan bajo, tan profundo como es el del ritmo) sino algo como una sensación viva de qué es esto a lo que estamos condenados y que es al mismo tiempo lo que nos constituye, lo que nos hace ser a cada uno el que es, gracias a la condena a la muerte.
Así, al presentar rítmicamente, aritméticamente exagerado lo automático y contado y medido de los pasos y las pasiones y las mudanzas de las máscaras personales y el silabeo de sus palabras, revelaba por lo bajo (sin necesidad de significarlo) el automatismo de los movimientos de la vida, la cadena y esclavitud de las horas y los días, que en la vida cotidiana le vendían como naturalezas o naturalidad y libertad personal de UNO; y así, al revelar la servidumbre, producía en el público aquel aliento de liberación que en la pedantería reinante seguía citándose con el nombre de kátharsis con que Aristóteles aludiera a ello.”